La Mujer de la Odisea


Título: Penélope y los Pretendientes.
Artista: John William Waterhouse.
Movimiento: Hermandad Prerrafaelita.
Fecha: 1912
Medio/Técnica: Óleo sobre lienzo.
Lugar: Galería de arte y museos de Aberdeen.

Esta obra es una representación de la escena mitológica griega ocurrida dentro de la narración de la Odisea (poema de Homero). Esta última narra los viajes de Ulises acabada ya la guerra de Troya. Durante su viaje de regreso el rey de Ítaca emprende una larga travesía para volver a su hogar, en la cual pasa por diversas pruebas a las que se ve enfrentado, por designio de los dioses, para poner a prueba su temple y sabiduría.

 
Específicamente esta pintura recrea el momento en el que Penélope, esposa de Ulises, se encuentra encomendada en la labor de tejer un sudario para su suegro Laertes debido a la continúa insistencia de muchos pretendientes cuyas aspiraciones consistían en conseguir la corona de Ítaca y a su vez, la mano de la reina viuda ya que se creía que el rey no volvería. Por ello, Penélope decidió mantenerlos entretenidos haciendoles creer que se casaría con ellos al terminar de tejer el sudario. Pasaba los días haciendo ver que tejía sin descanso y, por las noches, lo destejía para así poder ganar tiempo a su marido. De esta forma demostró que su inteligencia solo podía compararse a la de Ulises que finalmente llegó a Ítaca para vengarse y matar a todos los pretendientes.
Ahora, desde una perspectiva feminista podemos ver la reticencia en mantener la figura femenina dentro del imaginario masculino de la hembra como cuidadora, dócil y paciente; como aquella que se encuentra a la espera, abierta y dispuesta a entregarse totalmente al reencuentro del héroe. Su desenvolvimiento se desata dentro de los margenes de la feminidad que abarca y envuelve todo a su alrededor, convirtiendo así su carácter en una consecuencia del actuar masculino. La reencarnación de "aquel que protege" en el macho se ve sujeta a la necesidad de la existencia de "alguien a quién proteger" (la hembra) para culminar de esta forma el papel mítico del héroe en su máximo esplendor. Sin esta figura complementaria sería imposible sostener el ideal heroico estipulado por el hombre. También se puede apreciar la reclusión de la sexualidad femenina dentro de este mismo imaginario ya mencionado al observar cómo Penélope se reafirma en su rol de cohibición al evadir todo tipo de acercamiento sexual por parte de otros pretendientes masculinos, ajenos a su patriarca y protector (Ulises), y cómo a su llegada este desata la ira, en parte abstinencia sexual, contra todos aquellos que osaron intentar conquistar y diseminar su semilla en aquella (su) tierra fértil, subyugada ya bajo su patriarcado.
Finalmente podemos concluir que todo este rito social, destinado únicamente al placer y empoderamiento masculino, se ve aderezado con el romanticismo implícito que trae consigo toda acción que gira entorno a la mujer (desde el punto de vista masculino) legitimando dicha ceremonia.


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