Lo transitorio de lo intransitorio
Sí, la segunda palabra realmente no existe. No es como si se pudiese añadir simplemente un prefijo de negación seguido de la palabra exacta a negar. Claramente intransitorio no está en el diccionario; o tal vez no en el aceptado por la Real Academia Española al igual que los mil y un términos más que solo nosotras las mujeres acuñamos, quienes vivimos materializado sus significados (femicidio, patriarcal, sororidad, etc.). Pero, si hubiese acaso una forma de describir la palabra intransitorio con la connotación totalmente contraria a la misma sería, sin lugar a dudas, el feminismo actual. Qué paradójico y triste es pensar que aquella revolución sin parangón que nunca tuvo cabida ni en las luchas más abiertas y autocríticas hoy en día sea la certeza de todo aquel próspecto que se considere a sí mismo "moderno". El Feminismo, aquella espada de plata que atravesaba hasta la armadura más gruesa, que perpetraba hasta el subconsciente más hondo y movía los pilares de los saberes más profundos se ha convertido en un paño de lagrimas. ¡Qué emoción! ¡Cómo se alegran las niñas al salir con sus bandanas moradas y esloganes pomposos mientras proclaman con alegría su derecho a existir con plena dignidad! ¡Cómo se alegra el vulgo viendo las procesiones infinitas y las calles atiborradas de bulla y color! Los listones verdes, morados, rosados, anaranjados, ¡un arcoíris infinito de colores por doquier! Y los rostros de las mujeres, esas niñas eternas, pintados con atractivos esloganes que exigen la libertad...
Cómo se arrastra el pasado a tientas, buscando el futuro del que sostenerse; un futuro incinerto, ciego, dormido, domado y dopado, adormecido por el tintineo de las cadenas y la orquesta de la brevedad. ¿Donde quedó la potencia del actuar? ¿Donde está la fuerza de la voz? ¿Donde quedó la lucha de nuestras ancestras? ¿Donde está la rabia justa? ¿Donde está el Feminismo? Aquel que surgió de la carne abierta por el golpe del patriarca, de la sangre que corre por la entrepierna que ha sido penetrada a la fuerza, del dolor del parto al parir fetos como legado ajeno ¿donde está el Feminismo que arrollaba sin piedad y que arrasaba con cualquier vestigio patriarcal? Olvidado. Perdido. Nos enceguecen las luces brillantes y el silencio de la algarabía nos suma en la sordera. La radicalidad es el mounstro de los cuentos de noche y la superficialidad, la futilidad, es el héroe que derrota a la bestia y salva a la princesa.
Temo. Temo profundamente que los miedos de nuestras antepasadas se conviertan en sentencias abocadas al triunfo, con la incertidumbre y el engaño que el varón ha plantado en la conciencia. Es nuestro deber como mujeres sostener el legado, sembrarlo con rabia y esperanza, no olvidar, no olvidar, no olvidar que los hombres y solo ellos aprietan estas cadenas. El Feminismo no puede quedarse en el eslogan de una blusa de estantería, debe transformar, pero no desde el sistema construido por ellos y solo para ellos, sino desde afuera asfixiando y destruyendo todo aquello que nos aisla, que nos separa y margina, que nos colectiviza en la banalidad y la insignificancia. Para alcanzar la verdadera emancipación el Feminismo debe ser revolución, y únicamente transformación de la rabia y el dolor que posteriormente servirá como motor que guía la lucha más grande en la historia humana, una lucha con violencia justa que dignifica y proclama un futuro presente y que anhela con ansia que lo intransitorio no se convierta en transitorio.
Imagen: Faith Wilding - Crocheted environment (1972)
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