Mi proceso dentro del feminismo ha estado plagado de altibajos. De impotencia, angustia y mucho dolor pero, en igual medida, de aliento, resistencia y esperanza; también de autorreconocimiento, de identificación con la otra, de autopercepción originada en el seno de la opresión que todas compartimos.
Cuando comencé a instruirme en el feminismo radical estaba muy confundida respecto a mi sexualidad. Me cuestionaba a diario el hecho de sentir atracción física y emocional por mi propio opresor; por ese impulso de brindar amor a aquel que solo me brinda dolor y terror. Sin embargo, me chocaba la idea de hablar sobre lesbofeminismo. Me incomodaba pensar que tal vez todo aquello que alguna vez había sentido era una farsa, una imposición sociocultural, psicosocial y hegemónica, preconcebida desde un comienzo, con una estructura firme y palpable. Tenía miedo de verme desde adentro, de descubrir aquello que me habían ocultado desde afuera, tan profundamente, que ni siquiera yo misma notaba. Aquel secreto imperceptible, que permanecía oculto, censurado y olvidado era el de aprender a amarme. Aprender a concebir el amor en su forma más pura y sana, porque amar a otra mujer era amarme a mi misma reconociendo toda mi esencia desde nuestra existencia compartida, amando cada pedazo de mi ser que se me había enseñado a odiar, amando aquella existencia que es símbolo de verguenza, porque amar a otra mujer es el mayor acto de resistencia. Al abrirme a esta realidad oculta aprendí que hay más caminos de los que nos muestran, más opciones de las que nos brindan. Que el camino tortuoso es solo una excusa para cumplir el propósito del hombre, y que la esperanza de ver la luz al final del tunel está aún latente, y late con mucha más fuerza cada vez que nuestros labios se mezclan. Ahora más que nunca abogo por un feminismo radical y lésbico que nos enseñe a todas a encontrar la fuerza en el amor mutuo y, a reconocer que la opresión también surge del amor masculino. En palabras de Adrienne Rich:
"Para dar el paso de cuestionar la heterosexualidad como «preferencia» u «opción» para las mujeres -y hacer el trabajo intelectual y emocional que viene después- se requerirá una calidad especial de valentía en las feministas heterosexualmente identificadas, pero creo que los beneficios serán grandes: una liberación del pensamiento, un explorar caminos nuevos, el desmoronarse de otro gran silencio y una claridad nueva en las relaciones personales."
Mi invitación es, entonces, a dar el salto. El salto a cuestionarse aquel amor preconcebido que más que sinónimo de felicidad es una fuente de subyugación. Aunque cueste da el salto que, en el otro lado, se encuentra la verdadera liberación.
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